lunes, 1 de abril de 2024

Una Opinion


Revolución haitiana: se repite la historia




Por CARLOS McCOY

El barbecho consiste en dejar una parcela sin sembrar durante un tiempo, con el objetivo de que ese terreno descanse y se recupere.

Los principales objetivos y beneficios del barbecho son:

Permitir que la tierra acumule materia orgánica y humedad, evitar la sobreexplotación y Prepararla mejorando su fertilidad y calidad.

Los haitianos han explotado su territorio, en el estricto significado de la palabra, por más de 200 años y no han logrado salir de uno de los peores subdesarrollos del planeta.

Es hora de que en esa parte de la Hispaniola se establezca una especie de barbecho poblacional.

Reubicar toda la población haitiana, o una gran parte de ella y distribuirla por lo cinco continentes hasta lograr una nueva generación, nacidos y criados en diferentes partes del mundo y que, una vez civilizados, ya sin su fascinación por la piromanía, regresen poco a poco a repoblar el territorio de sus ancestros con nuevas ideas y costumbres adquiridas en los países donde los acogieron.

Creemos que valdría la pena esperar un par de generaciones, esta vez con reales posibilidades de lograr su bienestar, pues hoy continúan incurriendo en los mismos errores que cometieron hace más de 200 años.

El autor reside en Nueva York

Los haitianos, comenzaron su revolución destruyendo todas las riquezas de la que fue la más próspera Colonia de toda América. Una crónica de la época lo describe de esta manera:

“1791: En el otoño estalló la revolución. En un solo mes, septiembre, doscientas plantaciones de caña fueron presas de las llamas; los incendios y los combates se sucedieron sin tregua, a medida que los esclavos insurrectos iban empujando a los ejércitos franceses hacia el océano”.

” Los barcos zarpaban cargando cada vez más franceses y menos azúcar. La guerra derramó ríos de sangre y devastó las plantaciones. Fue larga. El país, en cenizas, quedó paralizado; a fines de siglo la producción había caído verticalmente. «En noviembre de 1803 casi toda la colonia, antiguamente floreciente, era un gran cementerio de cenizas y escombros”.

Después de más de dos siglos, la situación haitiana no ha cambiado en lo absoluto. Es una copia al carbón del Haití de 1804. El país está totalmente deforestado, sin ríos. Sin medios de producción. Con una mayoría de ciudadanos analfabetos, enfermos, hambrientos, sin esperanzas.

Es uno de los países donde mayor se manifiesta la iniquidad.

En notas periodísticas aparecidas en esta semana, se destacan las declaraciones de Jimmy Chérisier más conocido por Barbecue, el jefe de la coalición de pandillas Viv Ansanm, (vivir juntos) donde amenaza a los miembros del recién formado Consejo Presidencial de Transición.

Cherizier juró que su coalición libraría una batalla para liberar a Haití de las garras de los políticos tradicionales y los oligarcas corruptos.

«Somos los hijos de Dessalines. No estamos haciendo una revolución pacífica. Estamos haciendo una revolución sangrienta».

“Todos los hoteles que hospeden a políticos tradicionales llegaremos a ellos poco a poco, cualquiera que sea, nos aseguraremos de solucionar ese problema».

Las bandas criminales van cumpliendo sus amenazas metódicamente. Siguen saqueando y quemando bancos, hospitales, farmacias, almacenes de provisiones, estaciones de energía eléctrica, escuelas, iglesias, prisiones, comisarías, puertos y aeropuertos.

Están destruyendo todo el país. Un duplicado exacto de la barbarie que cometieron cuando se liberaron de la esclavitud hace dos siglos.

Hasta ahora, la respuesta de las grandes potencias, con Estados Unidos, Francia y Canadá a la cabeza, ha sido trasladar sus ciudadanos de manera urgente a la seguridad que les brinda la República Dominicana.

Al parecer, estos países junto a la ONU, OEA, ACNUR y demás entelequias está esperando que lo incineren todo para cuando el salvajismo no tenga nada más que quemar en su territorio, se dirijan a otros lugares en busca de combustible para satisfacer su enfermiza atracción por la piromanía.

Ojalá que la idea no sea empujarlos a tomar el camino fácil hacia el oriente de la isla, pues, pudieran encontrarse con algo muy difícil de incendiar, una población en armas defendiendo su integridad, su existencia, su nacionalidad, su país, o sea, el mismísimo diablo prendido en candela.

La paciencia y la pasividad de los pueblos también tienen sus límites.

CarlosMcCoyGuzman@gmail.com

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