domingo, 2 de octubre de 2016

OPINIONES:


OPINION: ¿Por qué 44 en integridad?
abogado y miembro de la Junta Central Electoral.
en Santo Domingo.

¿Por qué 44 en integridad?

En el informe comparativo de The Electoral Integrity Proyect referente a 213 elecciones nacionales que tuvieron lugar en 153 países desde el 2012 hasta mediado de junio del 2016, la República Dominicana, con un 44 por ciento, aparece en el penúltimo lugar de las 27 naciones de América que realizaron comicios durante el referido período.
La confiabilidad del proyecto que nos ocupa, como podrá apreciarse más adelante, es notable. El mismo está bajo la dirección de la destacada profesora de la Universidad de Harvard, Pippa Norris, y patrocinado por las universidades de Sydney y de Harvard. Además, cuenta con el apoyo de diversos organismos multilaterales, entre ellos IDEA Internacional, la Organización de los Estados Americanos (OEA), Global Integrity, el PNUD, el Centro Carter, ONU-EAD, The Association of World Election Bodies (A-WEB), esta última presidida actualmente por la Junta Central Electoral.
Antes de pasar a explicar los factores que motivaron nuestra reprobación en la trascendental materia de integridad, es pertinente responder la interrogante ¿qué es la integridad electoral?
El Diccionario de la RAE define la integridad como: “f. Totalidad, plenitud. Rectitud: intachable y recto”. En el plano electoral, la Enciclopedia Electoral ACE define la integridad como sigue: “…un conjunto de normas basadas en principios, medidas y mecanismo democráticos, para la protección de elecciones libres y transparentes”.
Para la citada enciclopedia, “la integridad es inherente a los principios de la democracia, pues contribuye a la administración de elecciones libres y transparentes, sin las cuales la democracia se vería comprometida”.
Siendo así, las principales causas por las que nuestro país, según el mencionado informe, solo supera a Haití, que tiene un 28 por ciento, en integridad electoral, son las siguientes: 1) la administración electoral no procuró que las elecciones fueran justas y equitativas; 2) la neutralidad del órgano electoral fue cuestionado seriamente por la oposición y la sociedad civil; 3) la falta de igualdad de oportunidades para todos los candidatos; 4) la falta de transparencia en el escrutinio producto del fracaso de la automatización; 5) la falta de voluntad del órgano electoral para impedir la utilización ilegal de los bienes del Estado y de los municipios en la campaña; 6) la amplia inequidad, favorable al partido de gobierno, en el acceso de los partidos a los medios de comunicación; y, 7) la falta de reglamentación de la campaña electoral.
Como se puede apreciar, es innegable que las elecciones del pasado 15 de mayo fueron notoriamente defectuosas. En ese sentido, el liderazgo político está en el deber de tomar las medidas que sean necesarias para garantizar que las elecciones del 2020 cumplan con los parámetros establecidos para que puedan ser consideradas como íntegras.
Por lo tanto, la reforma de la Ley Orgánica Electoral debe ser aprobada antes de que finalice el año en curso, a los fines de crear los mecanismos necesarios para garantizar la equidad, la libertad, la transparencia y la objetividad que deben primar en las contiendas electorales, tal y como lo consagra el artículo 211 de la Constitución Política.
Tanto la Ley Electoral como la Ley de Partidos deben ser redactadas de manera clara y precisa, a fin de no dejar a la discreción del órgano electoral las decisiones que garanticen la integridad de las elecciones.


OPINION: De David Ortiz y Oscar Arias
periodista.
de Santo Domingo.

De David Ortiz y Oscar Arias

David Ortiz y Oscar Arias, dos personajes de tan distintos ámbitos, han dado ejemplos imperecederos para los dominicanos y latinoamericanos tan renuentes a reconocer la inconmensurable levedad de la condición humana y que como reza el Eclesiastés todo tiene su tiempo bajo el sol, que hay un tiempo para cada cosa y para cada obra. Y que todos van a un mismo lugar. Todos han salido del polvo y todos vuelven al polvo.
Ortiz, el llamado Big Papi, es ya una leyenda del béisbol, del dominicano y del universal, y ha proclamado que 40 años es suficiente para un trabajo que requiere tanto esfuerzo físico, y decidió retirarse desde la cumbre, sin degradar sus esplendorosas realizaciones, sin esperar la decadencia, y hasta dejando el espacio para que otras luminarias se desarrollen y brillen.
Nos está diciendo el inmenso beisbolista que no podemos aspirar a eternizarnos, porque somos perecederos, y que lo mejor que podemos hacer es apartarnos cuando se acaban las fuerzas, pero también hacer espacio a las nuevas generaciones y en ese reconocimiento de nuestra levedad temporaria, buscar más profundas simbiosis con los que nos rodean.
Muchos dominicanos no tomaron en serio el anuncio del Big Papi y algunos insistieron hasta el final en pedirle que hiciera el ridículo, dejando atrás la palabra empeñada, que se quedara mendigando un puesto hasta que dejaran de contratarlo, como han hecho otras luminarias del deporte.
Este domingo asistimos a la gran despedida de David Ortiz, y debemos disfrutarla como propia, un regalo tan emocionante como fueron sus batazos que resonarán por siempre en los oídos de las multitudes, como ha ocurrido en los múltiples estadios y ocurrirá hoy en Boston.
Oscar Arias da una lección al liderazgo político universal, tan sonora como la que en su momento legó el gran Nelson Mandela, como él Premio Nobel de la Paz. Le pedían que buscara por tercera vez la presidencia de Costa Rica, y las encuestas indicaban que tenía muchas posibilidades de lograrlo.
Pero Arias dijo que no, que nadie es indispensable en una democracia; que no puede pensar en los próximos cuatro años para su país, sino por lo menos en los 40 venideros; que “una de las principales obligaciones de un líder político es propiciar nuevos liderazgos”; que “hay que darle espacio a los que vienen”; que hay muchas formas de trabajar por el pueblo; porque “el que solo sirve para Presidente, ni siquiera para Presidente sirve”.
Uno de los estadistas que más ha contribuido a colocar a Costa Rica en los más altos escalones del desarrollo humano, con contribuciones universales, nos invita a reflexionar: “Si no logramos elevar la calidad de la política, y el interés por el servicio público; si no logramos que los más capaces, los más preparados, los más honestos participen en la vida política, está en juego la sostenibilidad misma de nuestro sistema democrático”.
Oscar Arias cerró su mensaje de declinación, el 19 de septiembre, apelando directamente a las nuevas generaciones: “Los jóvenes deben ocupar el lugar que les corresponde en la toma de cisiones. Deben ponerse al timón, porque este barco que llamamos Patria va en la dirección de su compromiso, o de su indiferencia”. Al exhortarlos a participar en la vida pública, proclamó finalmente que “la política es el taller de los sueños donde quizás se hacen más realistas, más precisos, más concretos, pero también el lugar en que los sueños se vuelven verdaderos”.
¡Cuánto nos gustaría escuchar un mensaje similar de un presidente o expresidente dominicano! Casi todos han creído que su destino es el eterno ejercicio del poder. También de muchos líderes políticos, sindicales, empresariales y sociales que usurpan los espacios que corresponden a las nuevas generaciones, sin el menor respeto por las normas de convivencia democrática y humana.


OPINION: Cinco dias lejos del país
periodista y abogado. 

Cinco días lejos del país

Estuve ausente del país durante cinco días por diversas razones, entre ellas mi “mala salud de hierro” que últimamente no marcha bien debido al estrés que me genera el caos institucional que vive el país durante muchos años y que se agrava al correr de los días. (Además de la falta de dinero)
Cinco días sin escuchar el “megáfono” (bocina) de ningún vehículo, ni siquiera en los interminables tapones de largas avenidas de ocho carriles, cuatro de lado y lado que se producen por una y hasta dos horas durante las “horas  pico”.
Cinco días de ordenamiento vial, de respeto por las leyes que lo regulan, de temor hacia una policía que “no coge corte”  cuando detiene a un conductor,  pues no toma el celular de quien infringe la norma, no acepta soborno,  ni respeta rango o posiciones económicas, políticas y sociales de nadie.
Todos le temen a las consecuencias que suelen ser muy drásticas; no solo en dinero (los famosos tiques), sino en deportaciones, puntos negativos en la licencia de conducir que hasta puedes perderla y no tener derecho a conducir durante un buen tiempo.
Los vehículos pesados circulan por el carril que les corresponde, sus neumáticos tienen que estar en óptimas condiciones; sus luces y reflectores no pueden faltar porque de lo contrario la multa es grande.
Nadie se “come” la luz roja de los semáforos, ni rebasa temerariamente a menos que no esté bajo los efectos del alcohol y cualquier otra droga en cuyo caso lo pagará muy caro. ¡Ay de aquel que lo haga y lo atrape la policía!
En los parqueos de establecimientos públicos el orden de llegada es una ley no escrita como el respeto a los estacionamientos reservados para envejecientes, mujeres embarazadas o discapacitados. ¡Educación! ¡Orden! ¡Disciplina! ¡Castigo! ¡Represión! Incluso ¡cárcel! ¡Un régimen de consecuencia! ¡Institucionalidad!
En mis cinco días fuera del terruño querido no vi debajo de ningún semáforo inteligente a un estúpido controlando el tránsito, como es frecuente ver en Santo Domingo, ni carriles  improvisados por la policía para que los choferes de vehículos públicos y privados  conduzcan adecuadamente.
En esos cinco días (en realidad fueron 7, solo que la ida y el regreso no se cuentan) no vi a ningún tiguere en las esquina limpiando vidrios que nadie quiere que le limpien; ni hombres en una silla de ruedas que no necesitan; ni venden perros, gatos, agua purificada en un patio, ni gaseosas, guineos, mangos, aguacate, etc. (Las esquinas no son mercados de las pulgas en el lugar donde traté de mejorar mi salud y reducir el estrés)
Al regresar al país: el caos, el irrespeto, la selva, el más grande agrede y se burla del  más pequeño. Me tomé más de dos horas desde el Aeropuerto Internacional de las Américas José Francisco Peña Gómez (que nombre más largo) hasta la calle  Máximo Gómez porque los elevados solo tienen dos vías de lado y lado, a veces solo una, y porque los dominicanos y dominicanas (las mujeres también) conducen como animales. ¡Y a nadie le importa!
Llegué a mi casa sobresaltado, con los nervios de punta,  el estrés matándome, la glucosa en las nubes y una arritmia cardiaca (fibrilación auricular),  en más de cien latidos por minutos, casi  a punto de una muerte súbita. Como diría Andrés L. Mateo: ¡Oh Dios!

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