martes, 14 de agosto de 2018

Opiniones:

Gregorio Alvarez

El Grupo Escolar Antera Mota, fue por año 1964, mi subsiguiente círculo de integración social y estudios. Empezaría la intermedia, luego de recibir mi certificado de suficiencia en los estudios primarios urbanos, en la escuela pública de "Villa Consuelo" , sector capitalino donde vivía.
Significaba un reto, encontrarme con nuevos actores en mi vida de relación, e interpretar en el contacto, sus costumbres y cultura.
Imposible es olvidar el momento de la hégira, en tan inesperada emigración voluntaria, cuando el hado me lanzó a este lugar bucólico y pastoril.
En familia venía, recostado de una ventana del vehículo que nos transportaba por una carretera de polvo y pedruscos, reverberante por un sol estival, que hervía en cada diminuta hoja de la sabana cibaeña. Mientras mi vista era fijada, en los extensos matorrales que cubrían el paso de los arroyos, y en la inmensa sierra de la cordillera central.
Me impresionaban las casuchas de mampostería y de tablas de palma, que en medio de la verdusca hondonada, se veían por la pendiente. A seguidas, cañaverales, bueyes, y negros sudados, colgados a los carretones, cuya imagen grotesca inducía al susto.
Las siluetas de las primeras casas citadinas sea avistaban según nos acercábamos a la población. Ya en la periferia, nos esperaba nuestro nuevo hogar, un acogedor casón victoriano con un patio edénico.
Al tiempo, fui llevado al plantel por las manos maternas. Su apariencia a cambiado pero su estructura esta intacta. Bajo su fragua, gravitaba una auténtica autoridad institucional, una atmósfera de aprendizaje ameno y una enseñanza docta.
"El Sembrador", fue el primer libro de lectura comprensiva que coji en mis manos, cuya lectura influyó en mi formación intelectual, estimulada por la profesora Teonil Hart, una maestra vocacional, que amaba profundamente las letras y que distinguía sobretodo a sus discípulos, según el grado de sensibilidad que advertía en cada uno de ellos.
Los recreos en mi nueva escuela, eran contertulios fraternales, bajo la sombra de los mangales. Y una horda de niños introspectivos y en avalancha, degustaban el gofio, la canquiña, la cocaleca y el yum yum.
Pero lo que más se propiciaba en esta escuela inolvidable, era el " careo" entre los cursos del mismo nivel. Eso nos ponía en debate y las calificaciones a nuestra aplicación, quedaba garantizada por el resultado de la suficiencia porfiada. Cada curso tenia sus representantes, y en el mío teníamos a la vanguardia, a compañeros como Manuel Chapuseaux, Jhonny Folch, Idania Lora y este escribidor, supervisados por un jurado el maestro de la asignatura a debatir, otro maestro del área y el director. Era parte de la desaparecida escuela Hostosiana, que el viento se llevó.

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