Es difícil derrotar un partido enquistado en el poder, con excesivos recursos económicos e institucionales, un vasto sistema clientelar y asistencialista, y una oposición débil. ¡Obvio! Por eso el PLD se proyecta ganador de las próximas elecciones a pesar de las insatisfacciones de un amplio segmento del electorado, de los conflictos internos en el PLD, y de los escándalos de corrupción. Vale, de todas formas, evaluar las posibles situaciones en que podría perder el PLD.
Una, si se presentara una crisis económica de magnitud que genere no sólo insatisfacción, sino también desesperación en la población.
A menos de siete meses de las elecciones de 2016, esta posibilidad es minúscula. El petróleo registra bajo precio, las tasas de interés siguen bajas, y la economía de Estados Unidos (principal socio comercial de República Dominicana) no está en recesión. Lo que sí podría reducir sustancialmente la actividad económica dominicana es la veda de productos de exportación a Haití (segundo socio comercial); pero el efecto negativo, de persistir esta situación, podría ser temporalmente matizado con dispositivos nacionalistas del Gobierno.
Dos, si surgiera un fuerte movimiento social de protesta que sirva de base para la emergencia de un liderazgo carismático sustentado en ese movimiento.
Esa posibilidad es casi nula. En República Dominicana no se registran grandes movimientos sociales desde la década de 1980, y una parte importante de las fuerzas contestatarias con capacidad de torpedear el Gobierno (los chóferes, por ejemplo) son parte integral del sistema clientelar que dispensa el Estado.
Tres, el surgimiento de un partido político fuerte (o coalición) que entusiasme el electorado y genere confianza.
En este momento no existe tal organización ni coalición. El PRM trata de ocupar este espacio al heredar un segmento del electorado perredeísta, pero para lograrlo, tiene que solidificar su estructura organizativa a nivel nacional y forjar un liderazgo convincente que motive un amplio segmento del electorado. Los otros partidos de oposición son, electoralmente hablando, pequeños. Además, están fragmentados.
Cuatro, que las diferencias internas en el PLD se agudicen y lleven a su debilitamiento y fractura.
Es muy difícil que eso ocurra mientras Danilo Medina registre alta aprobación, porque ese es actualmente el elemento aglutinador del peledeísmo. Además, el comité político siempre ha dado muestras de decantarse por quien augure mayor triunfo.
Cinco, si surgiera repentinamente un liderazgo carismático que engrampe con el descontento de la sociedad, aún carente de movimiento social o partido fuerte que sirva de soporte. Generalmente eso ocurre cuando hay un colapso total de los partidos, que no es el caso dominicano porque el PLD sigue estructurado.
Como se deriva de estos planteamientos, es difícil derrotar el PLD en el 2016, pero la oposición parece no admitir la magnitud del problema y prefiere ser ilusa. Los principales aspirantes presidenciales de oposición asumen que sus candidaturas, en alianzas minúsculas, llevarán al triunfo.
Dada la historia política dominicana de grandes formaciones partidarias, de no presentarse una crisis económica de magnitud que arrastre con el Gobierno, el país necesita una organización política sólida (un partido o una gran coalición), para competir electoralmente con el PLD.
Si no, las elecciones de 2016 serán como una serie de béisbol entre un equipo de grandes ligas y varios de ligas menores.
El supuesto de que la insatisfacción de la población llevará indefectiblemente a votar por la oposición es infundado. Sin opciones convincentes, la mayoría del electorado votará por la reelección o se abstendrá.
Si la oposición se resiste a entender esta lógica electoral, cosechará malos frutos el próximo mayo y contribuirá a una nueva victoria avasalladora del PLD.
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